jueves, 26 de julio de 2018

Las aventuras de la bacteria Tyson




De los creadores de El Palomo Gilipollas (visible en http://revistaeltiquismiquis.blogspot.com/2018/05/el-palomo-gilipollas.html )

Hoy Industrias Ego Revenio, en colaboración con El Tiquismiquis S.A., tiene el placer de ofrecerles una bonita historia apta para todos los públicos... que puedan leerla.


 - LA BACTERIA TYSON- 

Érase una vez un aclamado biólogo, el doctor Obizco, a quien gustaba mucho hacer experimentos para ver qué pasaba, hasta que un día se pasó de rosca a la hora de cenar. Puso la radio en la emisora de música más bakala y choni que encontró, la tele en un documental sobre patrimonio artístico nacional, se sirvió una salchipapa precocinada y envasada al vacío que había caducado hacía cuatro días justos y se la comió recitando al revés las letras del alfabeto cirílico. Después regó la salchipapa con nueve chupitos de vodka, leyó El Tiquismiquis mientras fumaba canutos y se sentó a esperar sin apagar la tele ni la radio.


            Al cabo de media hora, Obizco empezó a bailar por el piso muy alegre, creyendo haber encontrado la iluminación divina que tanto buscaba.


Inspirado a más no poder por ese estado de conciencia superior al que había llegado, bajó a su laboratorio y se puso a investigar como nunca con Beethoven como melodía de fondo.


Observó detenidamente una muestra de bacilos muy monillos y decidió pasarlos por una agigantadora de microorganismos de su invención a ver qué sucedía. Para su sorpresa, del tubo de la agigantadora de microorganismos apareció un microorganismo agigantado, que se retorcía moviendo sus cilios y flagelos.

 














Era una simpática y adorable bacteria protoortospirochetus symbiochochus que le inspiró mucha ternura al ser la única de sus tres millones de hermanas que había sobrevivido al proceso de agigantación, y con gran cariño y atenciones la meció entre sus brazos y le puso de nombre Tyson, como su abuela.




Pero no podía cuidarse de Tyson, al tener ya un gato en la casa que dudaba que fuera a llevarse bien con su nueva amiga, o amigo, o amigue (a saber qué era). De modo que, como era un buen tío, llamó a su sobrina, que hacía tiempo que quería una mascota. Mientras esperaba su llegada dejó de poner cara de loco, puso cara de tío de película y le dio a Tyson en adopción. Y Ceferina, que así se llamaba la sobrinita, quedó radiante de felicidad.



Más contenta que unas pascuas japonesas, Ceferina paseó muy satisfecha de vuelta a casa con su bacteria atada a una correa. Pasó por delante de un policía bondadoso de los que ayudan a la gente, una mujer muy atractiva que se pasaba por el forro la operación bikini y el señor Mostachito, que en ese momento estaba disfrutando de la lectura de un periódico que estimulaba la capacidad de las personas a pensar por sí mismas.




Pero todo cambió cuando la niña, muy contenta, saludó a un señor agente que estaba parado en el mismo semáforo que ella, soñando despierto con dejar de patearse las calles al sol del mediodía y salir en las noticias echando abajo la puerta de una guarida de narcos.  




—¡Hola, señor agente! —dijo alegre.
—  ¿¿¿Pero qué es ese monstruo, niña??? —gritó el policía al ver a Tyson—. ¡Aparta, que lo fundo con la reglamentaria! —dijo desenfundándola.

Y entonces...


— CONTINUARÁ . . . —

(se cierra el telón y se oyen aplausos...)

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