miércoles, 6 de marzo de 2019

El Descontrol (capítulo 1): El juicio



Soy mecánico de coches. Toda la vida lo he sido, y siempre lo seré. Eso es todo lo que soy y eso es todo lo que podré ser algún día.

— ¿Era mecánico de coches al nacer también? 
— S... no. Obviamente, no. 
— ¿Pero entonces sí lo era cuando entró en el Banco de Inversiones con un coche y se llevó la puerta por delante?

No deja de tener gracia que fuera en un banco precisamente. Y una coincidencia que acabáramos allí. Justo donde empezó todo. 

Respondo como puedo a las preguntas del fiscal con la mirada ausente y una voz que parece de otro mientras tengo la cabeza en otro lado. ¿Cuándo piensa volver Carol? Y sobre todo, ¿qué me hace pensar que puede regresar? Las imágenes de nuestro robo me desfilan por el tarro: cómo Carol consiguió entrar en el museo, cómo consiguió burlar los sistemas de seguridad y llevarse aquellas ánforas podridas, cómo escapó de la poli y me dejaba en la estacada.

No pensaría que podría volver si no se tratase de Carol. Todo mi mundo está patas arriba por su culpa, pero la verdad es que ya lleva así unos cuantos meses. Y me alegro. Es mucho mejor de lo que había antes de que ella me enseñara todo lo que sé. 

Una parte de mí toca madera para que realmente haya escapado del país y pretenda empezar de nuevo en otro sitio abandonándome a mi suerte. No estaría todo perdido. Si consigo escapar de esta o acortar la pena de prisión, o si simplemente sobrevivo a la temporadita que me espera en el tendido sombra, eso ya habrá sido gracias a mi menda. Pero no sin lo que me hizo ella.

Mientras el fiscal sigue con lo suyo me pregunto si se aplican a esta sala los criterios de negociación de fuerzas. Con lo que he montado con Carol bien tendría con qué negociar, aunque yo no fuera el jefe de todo el tinglado. Pero al fin y al cabo es como ese niño problemático al que le dan algo a cambio de que pare de liarla. 

La situación tiene hasta lado divertido cuando el fiscal me pide que defina coche. Miro la expresión de asesino del fiscal y la que tiene el juez de entierramuertos. La de circunstancia del testigo y la del abogado de defensa, que parece un cirujano que me opera a corazón abierto no dejan de tener su aquél.

¿Que qué hace aquí un mecánico sentado en el banquillo de los acusados? Yo diría que ni siquiera es lo absurdo de la situación lo que cuenta. No. La pregunta es: ¿por qué estoy tan tranquilo? Bueno, esa pregunta que me hago a mí mismo mientras el fiscal tose y se prepara para volver a la carga después de que le haya definido coche sólo tiene un buen puñado de respuestas.

Lo mejor que puede pasarme es que Carol se haya ido y que me encarcelaran. Ya averiguaría yo la forma de salir de esta. Sobre todo con lo que he tenido que pasar antes de esto.

Pero no.

Uno nunca debería estar tranquilo. No con Carol suelta por ahí.





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